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Un edificio de cuyo nombre no quieren acordarse

Por: Taína Cisneros Rivero

Desde una bulliciosa esquina de La Habana puede divisarse lo que un día albergó a más de un centenar de mujeres ¿Qué queda hoy de esa institución? Solo pedazos, escaleras que apenas se sostienen. Convertido en un edificio de viviendas, el Palacio de las Ursulinas pasó a la historia. En el interior solo un nicho encima de la escalera y algún que otro vestigio dan muestra de lo que fue algún día muy lejano, allá por el inicio del siglo XX. Es muy probable que sus propios habitantes no sepan a ciencia cierta que fue dicha institución.

Sin duda es un tema que deberían replantearse, pero ¿Qué hacer con las familias que viven ahí? Desgraciadamente ya no contamos con Eusebio Leal, no obstante, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana está apostando por continuar esa labor de méritos. ¿Acaso es un asunto que le compete a la Oficia del Historiador? ¿Existen otras instituciones u organizaciones con el mismo peso legal capaz de ocuparse de eso? ¡Qué no recaiga sobre una sola institución toda la responsabilidad de La Habana! Es una tarea de todos, y seamos honestos, algunos trabajan más que otros.

La ciudad requiere de nuevos cambios y transformaciones que avalen la riqueza arquitectónica que existía en siglos pasados. El hecho de encontrarnos con cadáveres de roca al caminar por la Habana no es solo culpa del paso del tiempo, sino también del desinterés de algunos por preservar la memoria cultural de la región. El Palacio de las Ursulinas- por solo citar un ejemplo- es víctima del descuido y la falta de protagonismo en estos tiempos que corren.

Te haré un poquito de historia. Quizás no sepas, pero la Orden de las Ursulinas se estableció en la isla en 1804. Procedentes de Nueva Orleans, llegan a La Habana un año antes, 16 religiosas bajo la Orden de Santa Úrsula. Se instalaron en la Casa de Recogidas de San Juan de Nepomuceno, en la esquina de las calles Egido y Sol.

Gracias al obispo Espada, consiguieron para la consolidación del monasterio que el Ayuntamiento les otorgara 8000 pesos anuales por el plazo de ocho años y la propiedad de la edificación. Su acumulación de donativo poco a poco fue creciendo y para 1815 contaban con 65 000 pesos, independiente a los 600 pesos que entre todas las alumnas internas debían pagar como manutención, mientras las alumnas externas recibían las lecciones de manera gratuita. Ese mismo año el obispo Espada les otorgó la categoría de convento.

Su objetivo fundamental: la educación y disciplina racial de las niñas y jóvenes de las familias más distinguidas de la sociedad. La distribución del mismo era simple pero bien adaptada para las monjas. En los claustros bajos se encontraban las aulas y habitaciones de las alumnas internas así como los dos refractarios con los que contaba. El noviciado y las celdas de las religiosas estaban en el piso superior.

Junto al convento se comienza a construir una iglesia en 1850 y cinco años más tarde se finaliza bajo la ayuda financiera de Josefa Santa Cruz de Oviedo. Una fachada neoclásica, cuatro pilastras con capiteles corintios que sostienen un frontón. A esto lo acompaña también un cimborrio a modo de torre.

Adyacente al templo se inaugura, en 1913, un colegio de estilo neomudéjar llevado a cabo por el primer promotor del estilo en la isla, José Toraya Sicre.

Ya para 1927, la Orden religiosa abandona el convento y se mudan para el Reparto Alturas del Almendares. La iglesia se convierte posteriormente en cinematógrafo y pierde su cimborrio. En la actualidad solo quedan lo que un día fueron el colegio y el propio convento, totalmente modificados y ambos convertidos en edificios de viviendas.

Lo que fue en el siglo XIX y parte del XX un centro religioso, modesto en su esencia pero notorio en una de sus partes por su belleza arabesca hoy no es más que un edificio en ruinas en medio de la Habana. Rodeado de personas a diario, el Palacio de las Ursulinas pierde equilibrio y se tambalea al son del claxon de los carros y el escándalo que habita en su interior. Quizás ya sea hora de concientizarnos y acabar de aceptar que la ciudad es nuestra y por tanto cuidarla es nuestro deber, esperar solo nos hará envejecer y ver caer lo que soñamos como una puesta de sol.

Ahora ya sabes, si un día te encuentras por la Habana y pasas cerca de la edificación, no temas en entrar y ver con tus propios ojos lo que un día fue un refugio religioso. Siéntete parte de la historia y recrea tu misma/o el escenario.

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